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Finalizó la primera parte de la etapa testimonial del juicio de lesa humanidad

En este día 32 del martes 30 de septiembre, prestaron testimonio tres sobrevivientes y un familiar de uno de los imputados.

Lesa humanidad

Derechos Humanos de la Provincia es querellante y acompaña a los testigos a través de la Dirección de Acompañamiento a Grupos en Situación de Vulnerabilidad en este juicio llevado a cabo este martes 23 de septiembre por parte del Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 5 de San Martín, compuesto por la jueza María Claudia Morgese Martin, Silvina Mayorga y Walter Venditti.

Los hechos de lesa humanidad que se investigan son los ocurridos en el circuito concentracionario de la Fuerza Aérea, en la zona oeste del Gran Buenos Aires y que comprendía los centros clandestinos de detención Mansión Seré, RIBA (Regional de Inteligencia de Buenos Aires) y los que funcionaron en las Comisarías de Moreno, la primera de Morón y las Brigadas Aéreas I de Palomar y VII de Morón, entre otros.

Recordemos que tiene como acusados a Julio César Leston, Ernesto Rafael Lynch, José Juan Zyska, Juan Carlos Herrera y Juan Carlos Vázquez Sarmiento y es el resultado de la unificación de dos causas: una de ellas aborda 127 casos de víctimas de privación ilegítima de la libertad y aplicación de tormentos, y tres homicidios en el ámbito del circuito represivo de la zona oeste del conurbano bonaerense; y la otra causa por privaciones ilegítimas de la libertad de tres personas.

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En esta audiencia 32 del juicio de lesa humanidad prestó testimonio el sobreviviente Claudio Tamburrini, y empezó relatando desde Suecia donde vive desde 1979, lo padecido desde el día de su secuestro el 18 de noviembre de 1977, cuando dos personas vestidas de civil golpearon la puerta de su casa y se anunciaron como en la policía. Luego lo subieron a un auto y lo trasladaron a la Mansión Seré donde lo torturaron con picana eléctrica, submarino y golpes varios. 

Claudio militaba en la Federación Juvenil Comunista, del centro de estudiantes de filosofía y  era jugador profesional de fútbol en el equipo del Club Almagro. Estuvo secuestrado hasta el 24 de marzo de 1978, día en que junto a sus compañeros de celda Daniel Rosomano, Guillermo Fernández y Carlos García pudieron escaparse mediante la utilización de frazadas atadas desde una de las ventanas del primer piso de la casa. Todos estaban esposados y desnudos, a pesar de lo cual pudieron burlar los controles y salir de la propiedad en plena noche, envueltos en una lluvia torrencial.

Tras la fuga los demás prisioneros fueron liberados o reubicados en su mayoría en otros centros clandestino de detención, y al mes siguiente, la mansión fue incendiada por los represores con el propósito de destruir las pruebas de su funcionamiento represivo.

“Recuerdo a quienes eran los jefes de las guardias recurrentes, que iban rotando pero volvían cada nueve días. Una estaba compuesta por un tal Lucas y lo acompañaba Tino; y la otra por el Tucumano y alguien que se hacía llamar, Gringo. Luego me enteré, pero con posterioridad, que el jefe del lugar era el oficial aeronáutico  Juan Carlos Hrubik, pero fue en el año 2005 o 2008”, expresó Claudio.

Y agregó que había un integrante de lo que ellos llamaban la patota, y que era la que los torturaba, era conocido de la infancia de uno sus compañeros de celda, Jorge Infantino. Se llamaba Daniel Scali y luego se supo que cumplió tareas en calidad de Suboficial Cabo 1° de la Fuerza Aérea, entre 1971 y 1981, dentro de la I Brigada de “El Palomar”, formando parte de uno de los grupos de tarea de la Fuerza de Tareas 100 que operó dentro de la Subzona 16. Fue condenado por privación ilegal de la libertad mediante violencia, amenazas y tormentos.

 Luego aseguró que eran de la Fuerza Aérea los represores, porque se podía deducir de diversas maneras, porque eran muchos los meses que había estado secuestrado, y que inevitablemente se establecen con las guardias una relación personal, “más o menos distantes, más o menos abierta, sincera, pero sin dudas una relación humana. No con todos, con algunos, pero sobre todo con los jóvenes que presumíamos eran suboficiales que nos contaban conmovidos, shokeados, sobre lo que veían y pensaban. Nos contaban y nos preguntaban cosas de la nuestra. Y así, algunos de ellos nos contaron que pertenecían a la Fuerza Aérea”.   

Y también relató que veían los vehículos con las letras de la Fuerza Aérea, porque a ellos solían sacarlos a limpiar los lugares, “era una especie de ventajas que teníamos como veteranos en la Mansión Seré”, dijo; y también porque escucharon que en algunas ocasiones se comunicaban por radio o teléfono, como cuando se habían escapado unas personas que estaban secuestradas, “Acá, Fuerza Aérea, se han escapado dos pájaros, o una cosa similar. En fin. Fue mucha la recopilación de información, de inteligencia cotidiana, digamos, que nos sirvió para llegar a esa conclusión”. 

Finalmente, recordó muy conmovido cómo fueron empeorando las condiciones de detención a partir de la sospecha de que estaban planeando una fuga, y sobre todo a partir del descubrimiento por parte del grupo torturador, que uno de los cautivos de los veteranos, que habíamos quedado cuatro, y lo sacaron a Guillermo Fernández aduciendo que había ocultado información. “Esa información la habían obtenido a partir de otros detenidos que ya no estaban con nosotros. En ese momento lo sacaron y comienzan a interrogarlo, entre comillas, con tal salvajismo que hasta ese momento nunca habíamos visto. Cuando lo devuelven a la celda, estaba desfigurado y muy herido. En ese momento nos sacan toda la ropa y nos atan de mano y pies con una correas de cuero”.

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En segundo lugar, prestó testimonio Arturo Linch, sobrino del imputado excapitán de la VIII° Brigada Aérea de Moreno de la Fuerza Aérea, Ernesto Rafael Linch. Arturo nació en 1983 y fue presentado como testigo por parte de Mauricio Castro, defensor de los genocidas imputados.

“Hasta último tiempo se dedicaba a la herrería”, dijo ante la pregunta a qué dedicaba. Y agregó que estuvo en la fuerza desde el 1964 al 65, cuando lo dieron de baja cuando discutió con un superior. Es lo que siempre se ha dicho en casa”, dijo.

Luego le preguntaron sobre si tenía conocimiento de la declaración de su hermana, Noelia Linch, y dijo que había hablado en su momento, y que había visto y leído lo declarado y del comunicado que había hecho sobre su tío Ernesto Linch, pero que “eso nunca existió en su familia. Fue dos días después de haberlo visto en vivo, y me cayó todo, porque la verdad es que hace mucho que no hablo con mi hermana. Y fue devastador, porque la última vez que había hablado fueron 38 segundos donde la llamé pero fue un monólogo donde le avisé que había fallecido papá, y del otro lado no hubo ni una palabra. Pero no me sorprendió el testimonio porque, por decirlo de una manera, a ella siempre ha deseado ser hija de desaparecidos. En su momento, ella me comento cuando vivía en Caballito, sobre avenida Rivadavia, y me hizo el comentario porque no había fotos de mi mamá embarazada, y sumado que la clínica que ella nació, al tiempo se prendió fuego y entonces no había registro, y por eso ella calculaba que era hija de desaparecidos”, expresó.

Y agregó que en su familia nunca se vivió eso. “Sí eran otras épocas, sí han sido estrictos, sí muy rígidos con las cuestiones de la escuela, con los horarios de salidas y demás. Convengamos que veníamos de familia de militares, muy estructurados, pero no esas cosas, como que a ella la encadenaban y demás. Había normas, y te decían, si no te gusta, te vas. Eso sí”, finalizó.

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En tercer lugar, declaró desde Alemania, el sobreviviente Miguel Antonio Pérez, militante de la Juventud Peronista que fue secuestrado el 17 de diciembre de 1976 en el estudio jurídico en el que trabajaba en Capital Federal.

Estuvo detenido en la Comisaría de Castelar y luego fue puesto a disposición del PEN con fecha el 15 de febrero de 1977. En marzo de 1977 fue conducido hasta la Comisaría de Haedo, luego trasladado a la Cárcel de Devoto del Servicio Penitenciario Federal y a fines de marzo del mismo año a la Unidad n° 9. Posteriormente, el 24 de julio de 1979, se le autorizó la salida del país con destino a EEUU.

Miguel Antonio hoy vive en EEUU y expresó que de los que estaban detenidos en la Comisaría de Castelar, donde fue vendado, interrogado y torturado, y que luego fueron a la Comisaría de Haedo para ser legalizados, sólo él y otra persona llamada Liliana habían sobrevivido. Es decir, de las “10 que éramos, 8 se encuentran desaparecidas”, dijo. Y confirmó que por “conversaciones entre ellos, se desprendía que pertenecían eran de la Fuerza Aérea de Morón y Palomar”.

Es así que fue puesto a disposición del PEN, llevado a la cárcel de Devoto, donde estuvo aproximadamente un mes, y de ahí la Unidad 9 de La Plata desde enero de 1977 hasta diciembre de 1979, cuando salió de la cárcel con derecho a opción, “o seguís preso o te ibas del país, y salí hacia donde estoy ahora en Estados Unidos”.

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Por último, prestó testimonio la sobreviviente Sara Laura Abadi, quien tenía 23 años y estudiaba Medicina cuando fue secuestrada y torturada en noviembre de 1977, durante la última dictadura cívico-militar.

Si bien en julio de este año ya declaró en este juicio, fue citada sólo a los efectos de complementar si deseaba que el poder judicial impulse la investigación y el juzgamiento de los hechos declarados de aberraciones sexuales sufridas durante su secuestro; lo cual fue ratificado por Abadi de avanzar con el proceso.

Recordemos que en esa oportunidad, Laura Abadi había expresado: “Diariamente yo sufrí torturas en todo el cuerpo y cuando no, escuchaba los gritos del resto. En ese lugar se sentía la angustia de las personas diseminadas en varias salas”, y agregó: “Nunca asumí que finalmente me habían dejado libre, en los días posteriores a la liberación solo pensaba en que me iban a recapturar. Era muy difícil vivir en Buenos Aires con ese miedo”…“Sobreviví, pero siempre queda algo”.

La próxima audiencia quedó programa para el 14 de octubre a las 9 hs, cuando se llevará a cabo la ampliación de casos por parte de la fiscalía y las querellas.