Descripción edilicia y de funcionamiento
La Brigada de Investigaciones de Quilmes constaba de dos edificios separados.
Uno era un chalet de dos plantas en la esquina de Alison Bell y Garibaldi, donde funcionaban los departamentos judiciales, cuyo acceso principal era por la calle Allison Bell. Esta calle, a la que daba el frente del chalet, se encontraba cortada con vallas que impedían la circulación de vehículos, y con una fuerte guardia apostada. Lindante al chalet, con el frente dando a la calle Garibaldi, había una segunda edificación de cuatro plantas, en la cual se encontraban los calabozos y las salas de tortura. En la declaración de JxV Chieza describe el portón porque años antes su padre había construido la carpintería del lugar. Se escuchaba la salida de agua constantemente, que era de un depósito de agua que perdía (Test. Leanza JxV).
El chalet
En la planta baja había: una oficina de guardia (que conectaba con otra oficina y con una habitación pequeña) y luego un hall (al que a su vez daban las puertas de una habitación grande, una pequeña, un depósito y una cocina). Desde ese mismo hall partía la escalera que llevaba al entrepiso. En el entrepiso se encontraban: un depósito más grande (utilizado para guardar el “botín de guerra”, es decir, los elementos robados en los operativos de secuestro), un baño y tres oficinas. Una de ellas daba a su vez a un balcón techado, que daba a la calle Alison Bell.
Si bien no era en este edificio en donde se alojaba a los prisioneros, varios detenidos fueron interrogados en habitaciones de este chalet. Hay sobrevivientes que cuentan que allí se solía oír música a muy alto volumen.
El edificio de calabozos
Se trataba de un edificio de cuatro plantas en total. En la planta baja, al nivel de la vereda, se encontraba el garage cuyo acceso desde la calle era un portón de gran tamaño que corría sobre un riel. A ese garage, muy amplio, daban a su vez una pequeña oficina, una cocina (con un baño chico), el pañol y el pasillo angosto que llevaba a la escalera. Sobre ese pasillo se encontraba una parrilla que los represores usaban a menudo, y a veces permanecían allí sentados durante dos o tres días algunos prisioneros que sólo estaban de paso. Algunas de las habitaciones de esta planta eran utilizadas como salas de torturas (que algunos denominaban quirófanos). Al primer piso se accedía por la escalera angosta y empinada que partía del pasillo de la planta baja. La salida de la escalera daba a un comedor y una cocina. Desde el mismo ambiente en el que estaba la cocina se accedía a un pequeño locutorio y a un hall (con piso de ladrillos de vidrio), que comunicaba con un patio. Sobre ese patio se encontraban las celdas en L (una pequeña celda sobre un extremo, con puerta de metal, un baño muy chico casi en la esquina y luego una hilera de calabozos —de aproximadamente 2 por 1,80 metros, en los que se llegó a alojar hasta tres o cuatro personas—). Desde el mismo ambiente de la cocina, salía la otra escalera, que llevaba a los pisos superiores.
Las plantas de estos dos pisos eran prácticamente idénticas. La escalera daba a un pequeño hall que llevaba a una habitación con baño, a un aire y luz, y al sector de celdas y calabozos. Este sector estaba distribuido de la misma manera que en el primer piso: en forma de L, con una celda pequeña en un extremo, un baño chico y luego la hilera de calabozos. La única diferencia entre ambas plantas era que en el tercer piso, en el hall que comunicaba la escalera con el sector de calabozos, se podía ver en el techo la tapa del tanque de agua. Ese tanque tenía un aspecto muy particular, ya que era de forma piramidal. En estas tres plantas de alojamiento de prisioneros, por el pasillo al que daban los calabozos y celdas constantemente circulaba al menos un guardia, al que los detenidos podían llamar sólo para salir al baño una vez al día. El ingreso de prisioneros ilegales al Pozo de Quilmes, no se producía siempre por el mismo lugar, pero en la mayoría de los casos se realizaba por el garage del edificio de cuatro plantas, sobre la calle Garibaldi, atravesando un portón pesado que corría por un riel. Desde ese garage, se accedía directamente a la escalera que llevaba a los pisos superiores, en donde se encontraban los calabozos. A través de las pequeñas ventanas de estos calabozos se podía ver el edificio del Hospital de Quilmes, que se encontraba a dos cuadras de allí. Las mujeres y los hombres estaban alojados por separado: en general, se destinó el segundo piso a las mujeres, y el tercer piso a los hombres. Aunque, en diversas oportunidades, se alojó a prisioneros ilegales en la planta baja y el primer piso.
El tercer piso, además, tenía un sector que los represores denominaban “La Escuelita”, que estaba destinado a los prisioneros quebrados. Estos detenidos eran utilizados para hacer “lancheos” (en la jerga de los captores), que consistían en sacar a los cautivos en auto para que marcaran a sus compañeros en la calle. Los detenidos eran trasladados a menudo entre los distintos pisos, y muchos sobrevivientes coincidieron al describir que eran llevados por una escalera empinada y estrecha, de ángulo muy cerrado, casi de caracol. El movimiento de prisioneros se daba con diversos objetivos: ya fuese para llevarlos a las sesiones de tortura en las salas de la planta baja, o para redistribuirlos cuando aumentaba la cantidad de detenidos.
Cuando la Brigada de Investigaciones de Quilmes dejó de ser utilizada como centro clandestino de detención, y antes de que la Conadep realizara inspecciones oculares con sobrevivientes, ambos edificios fueron modificados para ocultar sus rasgos más reconocibles. En el edificio de los calabozos, se sacó el portón de hierro (aunque el riel sobre el que corría permaneció intacto), se ocultó la escalera estrecha por la cual ascendían y descendían los prisioneros, se tapió la parrilla y se pintaron las paredes de los calabozos y celdas. En el chalet, se cerró el balcón techado para que pareciese un ambiente más, la habitación grande de la planta baja fue subdividida por tabiques, y las celdas por los prisioneros ilegales: “Dios mío ayúdame” quedó grabado en la pared de uno de los calabozos.